MUCHO MIEDO Y POCA VERGÜENZA

Hoy puedo decir que he experimentado el placer de ver aferrarse a la vida. He visto, en unos ojos enormes y algo enfermos el ansia por seguir viviendo a costa de lo que fuera necesario. Y no hace falta ponerse bucólico por todo esto. No se trata de la niña aquella a la que un fotógrafo inmortalizó muriéndose de hambre junto a un buitre al acecho (hecho que le valió el pulitzer o algo así). El mismo fotógrafo reconoció que no habían hecho nada por salvar la vida de aquella niña más allá de espantar al buitre; eso hubiera significado traspasar la barrera de los sentimientos y no le hubiera permitido realizar su realmente duro trabajo. Al poco de recibir el premio se suicidó, quizás harto de no poder responder una y otra vez a la misma pregunta.

Pues no, no es para tanto mi caso. Ciñámonos a los hechos. Una vulgar minina de apenas tres o cuatro semanas, sin raza reconocida, ni valor en el mercado animal; vamos vulgar, vulgar, de las que mueren a patadas todos los días; fue abandonada ayer a la puerta de la clínica donde trabaja mi chica. Mi chica, que para esto de los animales es muy veterinaria ella, la ha traído provisionalmente a casa. No han tardado ni tres minutos en responder a un anuncio que hemos publicado en Internet para que la adoptaran.

Siempre que tenemos que enfrentarnos a decisiones importantes es cuando más se pone a prueba nuestro valor; pero no sólo eso, sino que también se pone a prueba nuestra caradura. De tal forma que la cantidad de valor se muestra inversamente proporcional a la caradura que somos capaces de mostrarnos a nosotros mismos. Así detrás de excusas del tipo: yo no puedo, es mucho riesgo, es demasiado para mi... no sólo se encuentra una gran cantidad de miedo, sino que a penas podemos encontrar trazas de vergüenza; porque de cara al público todos somos muy buenas personas, pero las acciones que al final nos terminan por definir son aquellas de las que no tenemos que rendirle cuentas a nadie.

Volvamos a lo importante, hoy he tenido la gran fortuna de ver reflejado en unos ojos enormes y algo enfermos las ganas de aferrarse a la vida de una vulgar minina que luchaba por desencajar la mandíbula en cada bocado que le pegaba a una especie de paté para gatos. Y he visto como mi perro, un cachorro de apenas siete meses, se volvía loco por lamerla de arriba abajo y no le quitaba ojo cuando no le dejaba acercase a ella; mirándome de lado y diciendo "a mi no me asusta la responsabilidad de cuidarla y me daría mucha vergüenza que por no hacer nada algo le ocurriese".

Comentarios

  1. ...enfrentarnos a nuestras propias miserias no es tarea fácil.

    Admitirlas es ya un paso.

    Tu perro me ladraría con razón.

    Buen escrito.

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  2. Gracias.
    Le he leído tu respuesta a Adi, mi perro, y no ha ladradado. Se ha limitado a girar la cabeza mientras le hablaba y seguido ha comenzado a darme una pata y luego la otra mientras miraba la galleta que tenía junto a la mesa. Es realmente grande el poder de una galleta.

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  3. Por cierto, no lo he dicho pero a Cosa, alias "mayau", al final la han adoptado unos chicos de por aquí.

    Suerte Cosa y nunca olvides "hacer pin". Recuerda que es muy importante agarrarse con fuerza a la vida.

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