Un cuento de golodrinas que cuentan cuentos

Las golondrinas cuentan historias. Se las cuentan las unas a las otras, a veces a voces, a veces susurrando al oído. Cuentan historias que repiten una y otra vez, hasta que tienen una nueva historia que contar.

Es así como, a los pocos días de nacer, saben muy bien qué es lo que tienen que hacer para volar. Es así también como aprenden a alimentarse, a hacer los nidos siempre en los mismos lugares y las direcciones para los largos viajes de invierno.

Contando historias unas a otras todas saben qué pareja se esconde siempre tras los árboles para decirse cosas al oído; dónde está el balón que perdieron ayer los niños del parque; y cuál es el lugar preferido del jardinero para leer novelas de amor a la hora del bocadillo. Lo saben todas, porque cuentan historias, porque las escuchan y porque las repiten hasta que tienen una nueva historia que contar.

El año pasado la golondrinas hicieron un nido en mi terraza. Y pusieron huevos. Y nacieron polluelos. Todos escuchaban muy atentos y aprendían a volar, las rutas de los viajes y los mejores lugares para buscar comida. Todos menos uno. Pues había uno que no escuchaba bien y no prestaba atención.

Los polluelos fueron engordando el estómago y el conocimiento y un día estuvieron preparados para volar. Por eso, cuando llegué a casa y fui a la terraza, el nido estaba vacío. Todos habían aprendido a volar. Todos menos uno que estaba en el suelo de la terraza batiendo torpemente las alas y dando saltos sin lograr elevarse más de un palmo del suelo.

Él me vio, y se asustó. Yo le vi le pregunté: "¿Tú por qué no te has ido con tus hermanos?" Él no contestó, sino que asustado buscó protección entre unas cajas de cartón que tengo allí apiladas. Entonces me agaché, lo cogí firmemente, pero con cuidado, y le dije con tono serio, pero paciente:"Te he preguntado que por qué no te has ido. Ya veo que tu problema es que no escuchas bien. Mira, yo no puedo enseñarte a volar porque no sé. Lo único que puedo hacer es devolverte al nido dónde tus padres volverán a buscarte y aconsejarte que esta vez escuches bien sino quieres pasar aquí todo el frío y largo invierno" Y así lo hice. Con suavidad, pero sin dudar, le dejé en el nido. Desde allí me miró sin decir ni pío y entendí que me había entendido.

Ahora ha pasado un año y, hoy mientras tendía la ropa, una golondrina ha comenzado a revolotear y piar delante mío. Estaba muy disgustada porque yo no había contando nuestra historia y nadie había aprendido de ella. Me ha dicho: "Si las golondrinas hiciéramos lo mismo que tú, y no contásemos nuestra historias, quién iba a saber como aquella chica se da media vuelta cada día cuando se baja del autobús del cole y espera hasta verlo desaparecer calle abajo con la esperanza de que él mire algún día por la ventana; o cómo se podría saber donde guarda cuidadosamente ordenados el vagabundo de la esquina todos los periódicos del día anterior; y sobre todo quién sabría dónde te escondes a escribir cada vez que crees que tienes algo que contar."

Así que no he tenido más remedio que contaros este cuento. Un cuento en el que las golondrinas cuentan historias. Se las cuentan las unas a las otras, a veces a voces, a veces susurrando al oído. Cuentan historias que repiten una y otra vez hasta que tienen una nueva historia que contar.

Comentarios

  1. Me alegro de que esta vez le hayas hecho caso a la golondrina. Tenías una historia realmente preciosa que contar, y m ha gustado escucharla.

    Me da la impresión de que a veces esos animalitos son más listos que nosotros... Conocen el valor de saber escuchar.

    Besos.

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  2. Me alegro que te haya gustado el cuento. Es cierto que si aprendiéramos a abrir más los ojos y los oídos, y algo menos la boca, descubriríamos que tendríamos mucho más que decir.

    Besos a ti también.

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